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¿Cómo evitar la contaminación en los alimentos?



Los alimentos pueden contaminarse o estar contaminados desde un principio de muy distintas formas, pero no toda polución alimentaria es consecuencia de la acción humana. En ocasiones, ocurren ambas cosas a la vez, por lo que intervienen causas naturales a las que se añaden causas antropogénicas.

La casuística es muy amplia, y la influencia humana puede obedecer a una actuación directa o indirecta. Un ejemplo de esta segunda es el mercurio que encontramos en el pescado, una clara amenaza para la salud cuya presencia se debe, en parte, a la liberación natural de la composición de la corteza terrestre. Pero a la concentración se incrementa por actividades como la industria, la quema de combustibles fósiles, la minería, o, por ejemplo, la eliminación de residuos.

El resultado son unos niveles muy superiores a los permitidos en el pescado, en especial en los grandes depredadores marinos, pues son éstos los que acumulan mayores contenidos de mercurio orgánico. ¿Cómo evitarlo? Eligiendo las especies recomendadas y minimizando la ingesta, pues éste es imposible de eliminar mediante limpieza o despiezado…

Pesticidas, hormonas, antibióticos…

Pero si hay un peligro declarado es el de los alimentos polucionados por una mala manipulación y conservación, provocando también contaminaciones cruzadas y el mal estado de los alimentos. E. Coli, Salmonela o Listeria son algunos de los patógenos y enfermedades que pueden transmitir.

Del mismo modo, las frutas y verduras son susceptibles de polucionarse a través de un agua de riego insalubre, a consecuencia de un aire polucionado o por un abono que no reúna los requisitos mínimos de uso. Y, córamo no, también a consecuencia del uso de pesticidas y fertilizantes químicos, por ejemplo mediante su aplicación sistémica o pulverización.

La carne, la leche y sus derivados o los huevos igualmente pueden contener carcinógenos a consecuencia de una polución que nos afecta de forma bioacumulativa, con forma de bacterias, antibióticos, hormonas, dioxinas y otras sustancias tóxicas.

Pero no solo pueden estar contaminados los productos frescos. Sin ir más lejos, la miel o los saquitos de las infusiones pueden representar un peligro para la salud. Con respecto a la primera, el proceso de blanqueamiento al que se les somete hace que las aparentemente inofensivas infusiones sean un riesgo para la salud.
En la miel, la contaminación puede venir de un polen transgénico producida por la siempre de cultivos de este tipo en los alrededores de las colmenas. O, por el uso de pesticidas o antibióticos e incluso metales pesados.

En todos los casos, evitar esta contaminación significa minimizar optar por la alternativa bio. No conseguimos la total ausencia de contaminantes, pero sí los minimizamos o, por lo menos, lo intentamos, pues la garantía completa nunca la tendremos.



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